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Viernes 29 de Octubre de 2010

“Pintoresco”, para quienes lo ven desde fuera, el paisaje de mujeres cargando pesadas vasijas de agua en sus cabezas comienza a ser cosa del pasado en varios lugares del Semiárido brasileño en virtud de una iniciativa simple que se expande a otros países: la recolección y almacenamiento de lluvia. “Las mujeres caminaban de seis a ocho kilómetros cargando 20 litros en su cabeza. Si iban dos veces por día a buscar agua, recorrían por lo menos 24 kilómetros diarios”, asegura a IPS el coordinador ejecutivo de ASA, Naidison Baptista, que promueve el programa “Un millón de cisternas rurales”.


FUENTE: IPS · Fabiana Frayssinet · (Río de Janeiro)

ASA es la sigla de Articulação no Semi-Árido Brasileiro (Articulación en el Semiárido brasileño), un foro de más de 700 organizaciones no gubernamentales de nueve estados del Nordeste, Alagoas, Bahia, Ceará, Maranhão, Paraíba, Pernambuco, Piauí, Rio Grande do Norte y Sergipe, y de Espírito Santo y Minas Gerais, situados en el este. ASA partió de la sabiduría popular y de la movilización social para construir cisternas caseras de almacenamiento de agua de lluvia, y consiguió apoyo financiero del Ministerio de Desarrollo Social y Combate al Hambre.

El fin del peregrinaje de las mujeres es un dato ilustrativo de los resultados que tuvo la iniciativa de asegurar agua potable a un millón de familias, equivalente a unas cinco millones de personas, en una región de 24 millones de habitantes. “Al final del día, cansadas y tristes, muchas mujeres no tenían condiciones ni de convivencia en su casa. Eso se modificó con la cisterna”, destaca Baptista. Con el fin de la odisea por el agua, las mujeres ganaron más tiempo en sus casas y para dedicar a sus hijos, lo que a su vez mejoró el rendimiento escolar y estimuló una mayor participación femenina en la vida comunitaria. “No es sólo dar agua de calidad, sino una calidad de vida”.

Él establece una diferencia “política”, que considera esencial, entre éste y otros programas. “El objetivo es construir un proceso de convivencia con calidad de vida con el Semiárido, y no de combate a la sequía”. Los programas de combate a la sequía desarrollados durante siglos en Brasil tenían características asistenciales: distribuir agua, beneficiar a grandes empresas y mitigar “sus culpas, contratando trabajadores hambrientos por la sequía para construir grandes obras en las haciendas de los ricos”. “Esa perspectiva de combate a la sequía es para concentrar poder, riqueza y captación de agua de una manera asistencialista”. El programa de las cisternas busca lo contrario, en primer lugar porque se trata de “una agua distribuida y no concentrada en manos de pocos“.

Además, no se trata de combatir la sequía en el Nordeste, “porque es un fenómeno que existe de forma natural”, sino de “desarrollar metodologías capaces de convivir con el Semiárido, o sea de captar suficiente agua para todos”, dice Baptista. De hecho, la vegetación característica de esa ecorregión, la “caatinga” (bosque blanco), el único bioma exclusivamente brasileño, tiene un régimen de déficit hídrico natural en el que las lluvias caídas no alcanzan a compensar el agua que se evapora. En ese ecosistema llueve en promedio entre 300 y 800 milímetros por año. No es mucho, pero alcanza para almacenar el agua y utilizarla para beber y cocinar en los meses de sequía, que pueden ser entre ocho y 11, según la zona.

De acuerdo a cálculos de ASA, un techo de 40 metros cuadrados es suficiente para llenar una cisterna de 16.000 litros de agua, que se escurre hasta ella por canaletas limpias. El líquido es clorado después de ser recolectado. Y la cisterna se lacra para que los niños no la abran. Desde el 1 de junio de 2000 hasta el 31 de agosto de este año se construyeron 294.949 cisternas, se movilizaron 313.994 familias, y 273.124 personas recibieron capacitación en manejo de recursos hídricos. Las comisiones del programa están formadas en 1.076 municipios del país, señalan las cifras de ASA.

La inversión es mínima comparada con otras grandes obras, explica Crispim Moreira, secretario nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional del Ministerio de Desarrollo Social. Entre 700 y 1.052 dólares por unidad, dependiendo de los costos de cada lugar. Pero la principal novedad, destacó Moreira, es la movilización social para construir la cisterna. El proceso comienza desde la decisión comunitaria sobre las familias a priorizar en la obra, según criterios como la cantidad de niñas y niños, la presencia de ancianos y la jefatura de hogar femenina. Continúa luego con la construcción de la obra, que insume unos cinco días de trabajo de un albañil del proyecto y de la propia familia beneficiada.

“Es diferente del proceso de una empresa que llega, hace un agujero con una máquina, construye la cisterna y se terminó. De esta manera la cisterna es una conquista y no una donación”, afirma Baptista. En su opinión, es un “instrumento político fuerte”, pues “en Brasil normalmente quienes deciden políticas o beneficiarios de una acción son las autoridades: un diputado, alcalde, cura o pastor”. La iniciativa nació de forma comunitaria. “La cisterna no fue creada en laboratorio, sino de las propias experiencias en algunas comunidades que tradicionalmente juntaban agua de lluvia. ASA tomó y perfeccionó esa tecnología”.

Las familias con cisternas presentaron una obvia mejoría en su salud, especialmente de disminución de la mortalidad infantil, gracias al fin de las verminosis causadas por el consumo de agua sucia. Además, “hubo mayor dedicación de los adultos al desarrollo de actividades que involucran un crecimiento de la renta familiar”, explica Moreira a IPS. Baptista destacó también los impactos en el comercio local, pues la actividad moviliza la venta de materiales y da trabajo a los albañiles. “Muchos dicen que este programa es todo lo que la región necesitaba para poder vivir de forma digna y respetuosa”, sintetiza Moreira. Otra ventaja es la inocuidad para el ambiente, pues se aprovecha lo que la naturaleza ofrece: agua de lluvia.

Tres países de América Latina se contactaron con el Ministerio de Desarrollo Social para conocer el programa “Un millón de cisternas”: Paraguay, Bolivia y Haití. Personal de la Secretaría que dirige Moreira capacitó a sus pares de Paraguay y Bolivia en la construcción de 50 cisternas para la transferencia de tecnología. Y con Haití se han efectuado visitas preliminares. ASA, de su lado, participa de un espacio internacional de intercambio de experiencias en gestión comunitaria de agua con organizaciones de Paraguay, Bolivia y Argentina, y bajo la articulación de la Fundación Avina.

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